Comentario

Si alguna vez existieron dudas respecto a la calificación de la cerámica como arte mayor, estas quedaron definitivamente superadas por Pablo Picasso quien produjo en esa técnica algunas de sus obras mas bellas.
De no haber sido así, aquí están las obras de Ingeborg Ringer para reiterarlo.
Artista argentina, formada por su padre, eminente pintor, Ingeborg se resiste a las clasificaciones y a las preguntas que procuran embretarla, contesta con natural sinceridad: “Yo no sigo a la moda, me sigo a mi”.
Es que su obra expresionista, en términos generales, es de rara y rica complejidad. Figuras policromadas en cerámica se combinan con maderas pintadas, creando un clima sin parentesco; tal vez en algunos casos se la podría poner a la par con ese otro “raro” que es el escultor Distefano, trabajando en materiales muy diversos. El parentesco está, como digo más en la “rareza” que en la afinidad formal.
Las imágenes de Ingeborg son inquietantes, por momentos ello se debe al comentario social que encierran, pero aún cuando ello no fuera así, permanecerían como motivo desafiante frente al espectador.
Se trata de imágenes que quedan grabadas en la mente, que es una de las mayores pruebas de autenticidad. La memoria pierde la calma para ingresar a este mundo impactante aún cuando la artista declare que: “No la asusta el dolor, ni lo ve como drama, sino como algo cotidiano”. Nos dice: “Los marcos de estos personajes, por ejemplo, se refieren a la vanidad, a lo absurdo que es sostener el marco donde está el propio retrato, pero no sé como lo vean los demás”.
Mal puede sorprendernos que obras de tan rara perfección formal, cargadas de sentido, hayan merecido las más altas distinciones que otorga el país, así como en el exterior. La lista de exposiciones y premios es larguísima; preferimos dejarla para otro tipo de recopilación.
A nosotros nos basta anotar que en el caso de Ingeborg Ringer se trata de reconocimientos que nos dicen de un consenso por parte de los entendidos, que la colocan más allá de cuestionamientos, que en su caso serían ridículos y caprichosos.

Rafael Squirru
Buenos Aires 1998